Este cuadro capta una escena íntima en la que tres figuras se reúnen alrededor de una mesa cubierta con diversos objetos que combinan elementos de naturaleza muerta y retrato. Al frente, un racimo de bananas vibrantes domina el lado izquierdo de la mesa, con colores cálidos que contrastan con los tonos tierra más suaves del resto de la composición. En el centro, una gran olla de barro se destaca, acompañada por pequeños cuencos y frutas, incluyendo un melón de forma peculiar y cítricos, todos reposando sobre un mantel blanco que invita a explorar sus pliegues y el juego de luces y sombras. Sobre la mesa, las tres personas —dos hombres y una mujer— posan con expresiones recogidas, mirando en direcciones que sugieren una narrativa silenciosa. La obra utiliza planos de color planos y formas simplificadas, características propias del postimpresionismo, conferiendo al conjunto un aire decorativo y emocionalmente profundo.

Las técnicas artísticas empleadas resaltan el contraste cromático y la simplificación planificada, dotando a la obra de una presencia táctil y gráfica que trasciende la simple representación. La composición equilibra detalladamente la naturaleza muerta con la presencia humana, congelando un instante vibrante de tensión cálida. La paleta rica y profunda —con marrones terrosos, rojos intensos y azules suaves— crea una atmósfera contemplativa que podría reflejar el contexto cultural y personal de las figuras. Creada en 1891, esta pieza refleja la fascinación del artista por temas exóticos y su transición hacia un enfoque más simbólico y expresivo, combinando las tradiciones pictóricas occidentales con un lenguaje visual experimental. La obra provoca un impacto emocional que oscila entre la familiaridad y el misterio, invitando al espectador a intuir lo que hay más allá de esta comida humilde pero profunda.