En el centro de esta vibrante composición se encuentra una cabeza escultórica polinesia apoyada sobre un cojín blanco dentro de una especie de pila, creando una atmósfera ceremonial o conmemorativa. La piel oscura de la figura contrasta con la blancura del cojín, jugando con la luz y sombra de manera impactante. Detrás, un hombre se apoya en la pared cubriéndose el rostro, sugiriendo tristeza o contemplación. El fondo despliega un espacio intenso y colorido, con motivos y figuras nativas que se entrecruzan en tonos ocres, rojos y azules, agregando profundidad emocional y cultural.

La técnica artística muestra pinceladas decididas y una composición armoniosa, atrayendo primero la atención hacia la cabeza escultórica y luego hacia las escenas narrativas del fondo. La paleta de colores, con tonos tierra profundos combinados con rojos vivos y patrones detallados, evoca tanto las raíces tropicales como una carga simbólica profunda. En un contexto histórico, esta obra refleja la fascinación europea de finales del siglo XIX por las culturas indígenas y las complejas relaciones coloniales, explorando temas de muerte, memoria e identidad cultural. Es una obra que invita a una reflexión intensa sobre la identidad y la experiencia del artista a través de mundos cruzados.