La obra presenta a una joven mujer recostada con gracia sobre un diván ornamentado, capturando un instante de quietud y relajación en un ambiente íntimo. El artista emplea principalmente pastel y lápiz, manejando con maestría un contraste suave entre luces y sombras que envuelve a la figura en una atmósfera apacible. La pose relajada de la mujer —con la cabeza apoyada sobre un cojín y los ojos cerrados o semicerrados— transmite serenidad y un momento de descanso contemplativo. Las líneas fluidas que definen su vestido, dibujadas con trazos rápidos y seguros, acentúan la feminidad y la suavidad de la escena, mientras que la paleta de colores, compuesta por tonos cremosos, rosados cálidos y toques ocres, otorgan calidez y cercanía. El sombrero circular que sostiene delicadamente en su regazo, adornado con un llamativo lazo, constituye un punto focal que contrasta con la ligereza de la tela.

La composición destaca por la elegancia de sus contornos y la fluidez que demuestra el trazo, evidenciando una técnica refinada para captar la figura humana con sencillez pero gran expresividad. El marco decorativo del sofá, trazado con líneas curvas y delicadas, envuelve a la figura como un abrazo gentil, resaltando ese instante de ocio próspero y sereno. A nivel emocional, la obra evoca la nostalgia por la placidez y el lujo sutil de tiempos pasados; uno puede imaginar la suavidad de las telas, el susurro de una tranquila tarde y quizás la melancolía fugaz de una belleza efímera. Como un ejemplo representativo del arte figurativo de principios del siglo XX, esta pieza encarna el encanto y la gracia asociados a la estética de la Belle Époque, donde la elegancia y la sensibilidad se cruzan con lo íntimo y personal.