El bodegón presenta una escena vibrante, rebosante de la calidez del final del verano. El punto focal es una profusión de girasoles, con sus pétalos dorados y cabezas ligeramente caídas, que llenan un recipiente oscuro, casi esférico, que descansa sobre una sencilla silla de madera. El respaldo y las patas curvadas de la silla ofrecen un suave contraste con los robustos girasoles. Una tela blanca, drapeda casualmente, añade una sensación de domesticidad, y el fondo insinúa una habitación, con una figura visible a través de una ventana.

Las pinceladas de la pintura son sueltas y expresivas, sugiriendo rapidez y espontaneidad. El artista emplea una paleta dominada por amarillos, naranjas, verdes y los oscuros del fondo, creando una sensación tanto de alegría como de melancolía. Los diversos estados de los girasoles, desde completamente florecidos hasta ligeramente marchitos, hablan del paso del tiempo. Esta pieza se siente íntima, un momento capturado de la belleza cotidiana. Me siento atraído por la mirada tranquila de la figura en el fondo, agregando una capa de misterio al cuadro.