
Apreciación Artística
La obra envuelve al espectador en un paisaje surrealista sumergido en tonos apagados, donde criaturas prehistóricas danzan a través de la escena. La figura monstruosa del Iguanodon captura la imaginación, su silueta única se recorta en las colinas distantes que evocan un mundo primitivo. El artista emplea un difuminado suave y líneas fluidas para realzar el dinamismo del movimiento del depredador; con cada curva y contorno, el Iguanodon casi parece respirar mientras atrapa a su presa. Las palmeras que rodean el cuadro enmarcan la composición, creando un escenario sobrenatural donde la naturaleza es un crisol y un campo de batalla.
La paleta de colores, dominada por marrones terrosos y verdes suaves, evoca la sensación de una época pasada, un mundo impregnado de misterio y enigma. Pintadas de naranja por el sol poniente, las chispas en el cielo sugieren un clímax inminente de la escena que se desarrolla a continuación. La profundidad emocional de la pieza provoca una mezcla de asombro y aprehensión. Es un recordatorio de la feroz belleza y la energía cruda de la vida en un tiempo en que la existencia estaba llena de peligro. La obra captura un instante que es tanto eterno como fugaz, invitando al espectador a reflexionar sobre la naturaleza cíclica de la vida y las fuerzas ancestrales que han dado forma a nuestro mundo.