Este delicado retrato captura a una joven sosteniendo un exuberante ramo de flores, con una expresión tierna pero introspectiva. El artista utiliza pinceladas suaves y difuminadas que crean un resplandor casi etéreo alrededor de ella, especialmente visible en la representación de su cabello oscuro y los pétalos delicados que sostiene. La composición se centra en la niña, cuyo chal rojo contrasta hermosamente con el azul frío de su falda y el fondo cremoso, logrando un equilibrio natural y armonioso.

La paleta de colores es sutil pero rica, combinando tonos cálidos terrosos con matices florales frescos que dan vida a la escena. Hay una melancolía suave tejida en la atmósfera — quizás un instante atrapado entre la inocencia y la conciencia del mundo exterior. Esta obra evoca una sensación atemporal de belleza tranquila y profundidad emocional, reflejando la tradición artística del retrato del siglo XIX con su mezcla de realismo y romanticismo. La firma en la esquina sugiere una conexión personal del artista con el sujeto, añadiendo una capa íntima a esta pieza evocadora.