La escena se desarrolla a lo largo de un camino rural tranquilo bordeado por altos árboles a un lado y campos al otro, evocando una atmósfera serena y campestre. Una mujer camina con determinación, llevando una gran cesta en una mano y un rastrillo sobre el hombro, mientras la acompañan tres niños. Dos de ellos empujan un pequeño carrito tirado por una cabra, en el que uno de los niños está sentado, capturando un momento familiar tierno y lleno de labor cotidiana. La paleta de colores naturalista y suave, con verdes, marrones y tonos terrosos, junto con la luz tenue que se filtra por el cielo, transmite una sensación de calma y nostalgia, como si el día estuviera llegando a su fin tras largas horas en el campo.

La delicada pincelada del artista enfatiza las texturas del follaje y la tierra, mientras la composición guía la mirada hacia el camino que se pierde en la distancia brumosa, sugiriendo un viaje o regreso tras la cosecha. Esta obra conmueve emocionalmente por su humilde representación de la vida rural, celebrando la dignidad silenciosa del trabajo y los vínculos familiares. El sutil juego de luces y sombras añade profundidad e invita a la reflexión, ubicándose en la tradición del realismo del siglo XIX, capturando escenas cotidianas con sinceridad y calidez.