
Apreciación Artística
La obra envuelve al espectador en una luz suave y difusa, que recuerda a una mañana brumosa o a un atardecer tranquilo. Los edificios a lo largo de la orilla del río parecen brillar, sus formas se disuelven en los reflejos acuáticos de abajo. Los tonos dominantes son fríos –azules, lilas y verdes–, aunque intercalados con toques más cálidos, como el ocre de los edificios y la luz dorada que danza sobre la superficie del agua. Da la sensación de que el artista ha capturado un momento fugaz, la belleza efímera de una escena tranquila.
La meticulosa aplicación de la pintura, utilizando pequeños puntos distintos, crea una sensación de textura y movimiento. Desde la distancia, estos puntos se mezclan, formando una imagen cohesiva; de cerca, revelan la vitalidad de cada color individual. Esta técnica, central en el estilo del artista, da a la escena una cualidad delicada, casi etérea. La composición está equilibrada, con la arquitectura y el agua espejada proporcionando un ritmo natural que guía la mirada. El efecto general es de serenidad y contemplación silenciosa, un respiro del ruido del mundo.